domingo, 1 de noviembre de 2020

Altar para Cartulino



Cartulino llegó a casa el 18 de noviembre del 2016 y murió el 16 de enero del 2020 en Vilagarcía de Arousa.

A Cartulino le flipaba el pimiento rojo, la piña, el plátano y el heno. Le gustaba escuchar las palabras "fruta", "Cartulino" y "Libreta". Le ponía atención a la música de Vicentico. Le gustaba saltar por las mañanas y rugirle a los calcetines de lana y pantuflas. Le gustaba la gente. Muchas veces se quedaba cerca de nosotrxs mientras pintábamos. No era un gran besucón pero sí un dormilón vocacional. Su persona favorita era Libreta... Vivió poco más de tres años. Gracias por cada día, cada noche, cada salto, cada mordisco, cada ronroneo, cada sonrisa, cada paseo, cada descubrimiento conejil y cada compartir verduril.



A Cartulino le gustaba mucho el heno, después de desayunar, se iba al heno y comía, y comía, y de repente a las 12:15 pm, como si supiera leer el reloj, salía corriendo a la otra habitación, para ir a acurrucarse con Libreta, y dormir hasta las 6 de la tarde. 


Cuando recién llegó Cartulino, aquí ya vivían dos tortugas, Rita y Roque, las recordamos a ambas en el altar. Ahora lxs tres están enterradxs en la misma tierra.



Poco antes de morir habíamos comprado una caja de Otoño, con los alimentos que les nutren en estas fechas, y hubo un par de regalitos que ya no se los pudo comer, a ver si ahora que venga le gustan.


Cuando lo cargabas hacía un ruidito que sonaba más o menos a "Puu...", lo hacía casi siempre y era muy gracioso escucharlo.


Le pusimos sus juguetes comestibles, y un poco de tierra, porque le encantaba escarbar, sabemos que a los conejxs les gusta en general, pero de los que conocemos, él era al que más.


Gracias por todo Cartulino.



Heno viembre 

Entre sus orejas cabía la Vía Láctea entera.

Sus saltos lo llenaban todo.
En nuestros brazos le susurraba a sus antepasados.

Cerraba los ojos al volar.

Su discurso para revolucionar al mundo,
era su nariz su acorazonada nariz.

Luchaba como un conejo, olía a heno de las montañas
 y siempre buscaba la luz.

De pie preguntaba por el horizonte.

Su última cena fueron una veintena de besos.

Nunca había besado tanto.


A. Metztli.


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